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De despachar a destajo ropa hecha en grandes fábricas (asiáticas en buena parte) a vender prendas elaboradas a mano con tejidos ecológicos y estampadas con hojas naturales. Ese es el viaje ejecutado por la artesana Rosa Blanco (Cáceres, 1980), que acaba de abrir Marinaduk, un taller botánico textil en el Rincón de la Monja, en la parte antigua de Cáceres, en un local de una casa baja –con un impresionante dintel de mampostería– que ha acondicionado y que tiene un aspecto muy mediterráneo.

«Venir a trabajar aquí ya es un lujo, solamente escucho el sonido de los cernícalos y los estorninos», se deleita esta mujer, que estuvo 20 años trabajando en tiendas del gigante del textil Inditex, primero en Madrid, donde empezó a cursar arte y diseño y luego, en cuanto pudo trasladarse, en Cáceres. El cierre del Kiddy´s Class, la tienda de ropa infantil de Zara, en Pintores, la dejó en la calle, pero ella aprovechó el momento para dar un giro. «Las cosas surgieron así, con el cierre de la tienda en la que trabajaba, pero me cambió el chip, retomé la vertiente creativa y empecé a investigar las pinturas textiles, tintes naturales, una cosa me llevó a la otra y empecé a meterme en el mundo de la estampación botánica y del teñido natural».

Empezó a investigar en su casa, «como si fuera una alquimista, buscando por qué un tinte natural puede transformar un tejido». Tras ese primer paso se adentró en la confección, que aprendió a través de su madre, modista de profesión. En ese momento redondeó, cuenta, su idea de negocio: «hacer sus patrones tanto de ropa como de bolsos». Fijado el qué se planteó el «Pedí la ayuda a mujer emprendedora, enseguida me registré como artesana, la asociación de artesanía extremeña me ha ayudado mucho».

Con el cierre de Kiddy´s pudo haber solicitado un traslado a otra tienda de la firma Inditex, pero, de alguna manera, quiso apostar por lo sostenible. «Venía de una empresa ‘destroyer’ y de todo el rollo de la fast fashion, de comprar camisetas de tres euros que a los dos días están de aquella manera, quería apostar por tejidos sostenibles, por tejidos naturales, es un placer ponerte una prenda que no lleva ningún químico, que lo puedes hacer tú en casa», defiende con convencimiento. «La industria de la moda es de las más contaminantes hoy en día». Pese a su cambio de mentalidad no critica a la que fue su empresa, que también le dio ventajas, como conciliar. «Me he llevado experiencias vitales de trabajo y de compañeros importantes, pero sí que es cierto que cuando lo dejé me vi capaz de arrancar esto».

Rosa compra sus telas en tiendas locales y familiares. «Me gusta mucho una empresa de Orense y también compro en algún mercado de pulgas o en Wallapop, piezas vintage que modifico, piezas a las que se le da un nuevo aire, por aquello de la circularidad», detalla esta artesana, que ha participado recientemente en Jato mostrando su trabajo.

Segunda vida

Aunque el teñido natural es ancestral la estampación botánica, la descubrió una mujer en Australia. Rosa lo relata casi como un cuento. «Mientras una gallina estaba empollando unos huevos unas hojas de eucalipto cayeron sobre los huevos, con el calor y la humedad la silueta de la hoja se quedó impresa en el huevo, por ahí empezó». Es una técnica muy utilizada también en países asiáticos.

El tejido lo trata con sales metálicas y luego aplica el teñido o la estampación. Utiliza hojas caídas que recoge en los parques de la ciudad y flores u otro material accesible. Con calor y humedad se traspasa la forma al tejido y queda la huella. «Es como nosotros, cada hoja es única».

Es un trabajo que lleva tiempo y un proceso largo un poco reñido con el ritmo febril de estos días. ¿Se valora? «Sí que se valora, se valora mucho, yo siempre digo que alguien que gusta la artesanía da igual que sea textil, joyería, cerámica, no mira precio, sabe que tiene una pieza única y exclusiva, en mi caso con cada puntada o cada hoja que coloco dejo un poco de mi energía». Está orgullosa porque distintas piezas suyas han viajado a Brasil, Finlandia, Irlanda… «me encanta que mis piezas viajen y hay algo de mí a muchos kilómetros», reflexiona en su taller, un entorno, en plena ciudad monumental, que acompaña también el tipo de actividad que hace. Está preparando también talleres. «Me gustaría que fueran talleres de mesa camilla, para disfrutar del momento».

Como emprendedora en la Parte Antigua valora el turismo de calidad, «el curioso y el que aprecia la artesanía». Para bautizar su negocio juntó el nombre de su hija, Marina, con la palabra ‘Duk’, que en el mundo escandinavo significa trozo de retal. «Es un nombre que me representa, yo trabajo con tela, y el nombre de mi niña me encanta y fue muy deseada».